Con los primeros rayos de sol que alumbran el alba del 5 de marzo sube a la cubierta del barco y contempla asombrado, entre el cielo plomizo y la bruma que apenas se ha levantado, el paisaje apoyado en la barandilla. Varios grupos de soldados le acompañan y entre ellos se encuentra Juan José Martínez. Ambos han hecho el viaje juntos desde Santisteban y se miran sin hablar, no hace falta más para comprender lo que sienten. En el pueblo eran amigos y habían compartido más de una travesura desde que eran niños, se conocían desde muy pequeños. Han subido desde la bodega, donde han pasado la noche junto a otros cientos de soldados que comparten su mismo destino. No ha sido buena noche para ninguno de los dos, han dormido en el suelo, ateridos de frio por la humedad del mediterráneo que les calaba aún estando resguardados en las entrañas del barco. Se preguntaba cómo habrían pasado la noche los que tuvieron que quedarse en cubierta bajo una pequeño tenderete de lona que se había improvisado en la popa del barco sujetado por algunos cabos a los mástiles.
Es difícil conciliar el sueño cuando tienes los pies de tus compañeros a pocos centímetros de tu cara. Todos mezclados, casi unos sobre otros sobre el suelo metálico, húmedo y frío de la bodega junto a varios fardos de carga, buscando un hueco en el que descansar un poco el cuerpo despues de casi dos semanas de duro viaje. Sólo unos pocos afortunados han conseguido alguno de los jergones que les han ofrecido y hasta la manta, caprichosa, parece que se empequeñece para impedir cubrir todo el cuerpo. Muy atrás quedan ya los recuerdos de la calurosa pero triste despedida en Santisteban, en la plaza mayor, donde el pilar de la plaza. Recuerda emocionado la fuente de la que emana constante un agua clara y fresca; y que volverá a recordar amargamente meses despues durante el durísimo y penoso asedio a Monte Arruit, mientras intenta proteger y mantener con vida al sediento niño que recogió de brazos de su madre a la salida de Dar Drius.
Ha pasado toda la noche entre pesados períodos de duermevela, sintiéndose ir y venir con breves momentos de consciencia haciendo difícil a veces distinguir cuándo se está despierto y cuándo se está soñando. Se ha despertado brúscamente mil veces ante cualquier movimiento del barco zarandeado por las olas o sobresaltado ante la patada involuntaria o el codazo de alguien que duerme inquieto. En realidad nadie ha podido descansar esa noche. El sonido ronco de la maquinaria y de los motores que impulsan la nave lo envolvían todo y no ha cesado en ningún momento; ha terminado convirtiéndose en un molesto zumbido en su oído que parece multiplicarse como un eco que le acompaña constante dentro de su cabeza. En el ambiente asfixiante de la bodega, bajo una atmósfera de pesadilla soñada, no han parado de escucharse gemidos y sollozos. Entre llantos anónimos ahogados por el pudor y el orgullo, imposibles de reprimir, a alguno incluso se le ha escuchado llamar asustado a su madre en mitad de la noche. Nadie ha dicho nada, pero todos se han estremecido al escucharlo y cada uno ha procurado taparse un poco más buscando el consuelo en el poco cobijo que daba la manta, perdido en sus propios pensamientos.
La brisa fresca del amanacer de finales del invierno junto a las gotas que arrastra el viento hasta la cubierta consiguen despejarle lacónicamente del pesado sopor que le hace moverse con dificultad. La cubierta no esta mucho más limpia que la bodega. Está muy sucia, la humedad del ambiente junto con la grasa convierte el suelo en un pista deslizante y apestosa, pero por lo menos corre el aire y le alivia. Espera que la brisa y el intenso olor a salitre que impregna su garganta y sus fosas nasales desde que salieron anoche de Málaga le calme las naúseas que le provoca el recuerdo del inmundo olor de la bodega donde cientos de seres humanos se hacinan sin letrinas, e intentar olvidar el olor agrio y acre de los vómitos que cubrían el suelo. El vaivén del barco no le ha afectado tanto como a otros compañeros y está a la espera de que alguien de los de intendencia que les acompañan desde Baeza les ofrezca algo para empezar el día. No espera mucho, pero un poco de café caliente de puchero, aunque aguado, le sentaría bien para calentarse y asentar un poco el estómago. Después de las experiencias vividas durante las dos últimas semanas y los duros momentos de decepciones, desamparo y tristeza vividos en soledad, la idea de un café humeante es una pequeña esperanza que le reconforta y le da cierta sensacion de placidez.
Es la primera vez que viaja fuera de Santisteban; realmente es la primera vez que sale de su tierra y es la primera vez que deja la península, lo que todos llaman España. Es la primera vez que ha visto el mar y le impresiona su grandiosidad que parece no tener fin, pero aún le conmueve y sobrecoge más pensar en la profundidad de esa inmensa masa de agua. “No sé nadar”, piensa mientras mira a Juan José que parece darse cuenta de lo mismo en ese instante y se lanzan una breve sonrisa amarga. No solo es la primera vez que viaja en un barco, sino que además es la primera vez que ve uno y le parece increíble que esa enorme masa metálica flote en las aguas que aún siguen un poco picadas después del fuerte temporal que retrasó el embarque en Málaga durante unos días. También es la primera vez que se separa de su familia, la recuerda y añora pero no sabe cuándo les volverá a ver. Es la primera vez de muchas cosas para él.
Asomados en la barandilla, en la mirada de todos se refleja la tristeza por lo que han dejado atrás y el temor por lo desconocido de su futuro incierto. Tiritan de frío, o puede ser también de miedo, acurrucados bajo sus mantas empapadas por la humedad. Él no sabía distinguirlo, porque también le pasaba lo mismo y sabe que el temblor de su cuerpo y el castañeteo nervioso que no puede controlar es una mezcla ambas cosas. Todos tienen la mirada perdida en el horizonte, sus cuerpos están allí pero sus mentes están muy lejos y sus pensamientos se pierden entre ola y ola que rompe en el casco de acero del barco que avanza dejando una herida en el mar. Nadie dice nada pero nadie oculta sus verdaderos sentimientos.
Se estremece bajo su manta desgastada viendo el abrupto paisaje que se abre ante su vista, el Cabo de Tres Forcas indica que su destino está cerca y le da la bienvenida a un nuevo continente que jamás imaginó que conocería. Es un paisaje montañoso y escarpado, descarnado, que cae casi a pico sobre el mar entre barrancadas y quebradas. No puede apartar la mirada de las rocas negras que salpican la costa apareciendo entre las olas, no puede dejar de ver como el mar rompe violentamente al chocar con la dura tierra africana que está a punto de pisar. La hostilidad del paisaje de la costa es tal que apenas ve durante todo el trayecto alguna pequeña cala o playa que diera un poco de protección a una embarcación en problemas. Sólo logra distraerle de su hipnótica obsesión una gaviota que se cruza por delante de él, apenas a unos metros. Aunque parece volar sin esfuerzo, sin mover las alas, impulsada solo por la brisa de la mañana y dejándose llevar, es capaz de sobrepasar sin problemas al barco que navega pesado, cabeceando acompasado con el vaivén de las olas y levantando un sinfín de espuma blanca efervescente que les salpica y refresca a pesar de que la cubierta está a varios metros de altura.
El animal les acompaña durante unos minutos y parece observar tanquilamente sorprendido a todos los soldados que están en cubierta, debe preguntarse hacia donde van con tan triste y angustiada figura. Se exhibe elegante mientras juega alegre con los aparejos del barco, volando y haciendo ágiles requiebros entre cabos y poleas, sorteando los mástiles y cables. Todos en cubierta se quedan mirándola en silencio anhelando poder hacer lo mismo y echar a volar para escapar de su encierro. Al final, aburrida, la gaviota termina por dejar atrás el barco y relanza su vuelo despreocupado, libre, mientras los soldados la ven marchar y cabizbajos salen de un estado de trance de dulce euforía irreal que les ha mantenido durante unos minutos alejados de sus preocupaciones.
En ese momento, mientras la gaviota se marcha, el barco inicia un suave giro a estribor y una fuerte ráfaga de viento levanta varios girones de niebla en todo el litoral. Ante sus ojos, de repente aparece como salida de un sueño una primitiva fortaleza de piedra carcomida por la erosión del viento salino y cuyos muros parecen a punto de desomoronarse, erigida sobre un pequeño macizo rocoso donde un faro imponente les da la bienvenida. Conforme el barco prosigue en su giro de acercamiento a tierra se interna en una pequeña bahía, la única zona de abrigo que ha visto desde que llegaron a la costa africana. Una incipiente ciudad moderna crece a medida que el barco va acercándose a tierra, en una pequeña llanura que se extiende suave hasta el mar, al pie de un monte majestuoso que aquí llaman Gurugú y cuya cima permanece oculta tras unas nubes bajas que parece que están allí desde siempre y que el fuerte viento de levante que sopla a esas horas de la mañana no es capaz de arrastrar.
Hoy, 5 de marzo de 2020 hace 100 años que Pedro llegó a Melilla. Desde luego no hay constancia documental directa de ello, pero como veremos mas adelante, contrastando pistas de diferentes documentos y de diversos orígenes hemos podido establecer esta fecha como la más segura en la que llegó. Hay que ser conscientes de que cuando se habla de Annual y de las operaciones llevadas a cabo antes de 1921, año en el que todo cambió, no hay cifras seguras y suelen ser muy diferentes según las fuentes consultadas. Tan cierto es esto que aún hoy, aunque se acepta una cifra más o menos segura de entre 8.000 y 9.000 muertos, no se puede dar una respuesta completamente acertada de cuántos jóvenes dejaron su vida allí. De hecho nunca se sabrá, no disponemos de las fuentes adecuadas para ello porque se han perdido, o nunca existieron, solo podemos dar datos aproximados. Y tal es así, que hasta septiembre de 1922, es decir un año después del desastre, no se ofrecieron los primeros listados más o menos completos de los soldados que componían las unidades de la Comandancia General de Melilla, que durante el verano de 1921 desapareció por completo.
Las operaciones de tranporte marítimo con las posesiones españolas en África, incluidas las movilizaciones militares, estaban en manos de la Compañía de Vapores Correos de África hasta 1917, año en que los derechos del contrato con el Estado pasaron a la recién creada Compañía Trasmediterránea. El origen de Trasmediterránea en realidad se encuentra precisamente en la fusión de cuatro compañías navieras del levante, entre ellas la Compañía de Vapores Correos de África, que se encontraba con graves problemas económicos. En 1920, los planes del Ministerio eran los de realizar las movilizaciones con los correos que hacían la línea entre Málaga, Melilla y Almería (“Vicente La Roda” y “Monte Toro”) apoyados con 3 vapores de carácter extraordinario “Barceló”, “V. Puchol” y “J. J. Sister”, a los que se les unieron, además, el “Balear”. Todos ellos eran naves principalmente diseñadas para el transporte mixto tanto de carga como de pasajeros. Cada año, durante los meses de enero a marzo se realizaban rutinaria y continuadamente dos operaciones de movilizaciones masivas de miles de soldados. Por una parte, entre enero y febrero se repatriaban los licenciados de los reemplazos anteriores y, como estamos viendo, desde febrero a marzo se enviaban a destino los reclutas del nuevo reemplazo. Así año tras año.
Como vimos en la entrega anterior los principales puertos de embarque en Andalucía, eran por tanto:
- Málaga, a donde se dirigian los reclutas de la Primera, Segunda, Quinta, Sexta, Séptima y Octava Región Militar para ir a Melilla.
- Cádiz con destino Larache, de todas las regiones excepto la Tercera y Cuarta Región, que los traía el barco procedente de Barcelona haciendo escala.
- Algeciras para Ceuta (todas las regiones militares).
- Y, en menor medida, Almería también para Melilla, pero curiosamente sólo de la Segunda Región Militar (Andalucía, aunque Almería en 1920 estaba encuadrada en la Tercera Región Militar). Seguramente esta situación se daba como consecuencia del aislamiento histórico que esta provincia ha tenido por ferrocarril con el resto de España, ya que los reclutas venían por tren, via Guadíx, con terribles y complicados trasbordos.
Como ocurría con los transportes militares por ferrocarril, la responsabilidad de la naviera era sólo aportar la parte material necesaria para realizar el viaje y su responsabilidad se basa solo en facilitar «los útiles para la confección de las comidas” siendo responsabilidad de los los “parques de Intendencia de los puertos de embarco de suministrar los artículos necesarios, así como de facilitar el personal que las condimente”. Cada Capitanía General donde se ubicaban los puertos de embarque hacia África (la Segunda, Tercera y Cuarta Región Militar) debían de procurar además un médico militar que acompañara a las expediciones.
Como ya vimos en la anterior entrega, las previsiones del Ministerio de la Guerra para el embarque de reclutas hacia las posiciones del norte de África eran que empezara el 27 de febrero y terminaran el 6 de marzo de 1920. Sin embargo nada salió según lo previsto y la primera expedición que tenemos constancia documental que llegó a Melilla fue el 2 de marzo. Ese día llegó a puerto el “Barceló” procedente de Barcelona y que en realidad se le esperaba para el 29 de febrero, según las previsiones iniciales, ya que partió de Barcelona el 27 de febrero con 640 reclutas de la Cuarta Región Militar. Las razones del retraso fue un fuerte temporal de levante que obligó a cerrar los puertos de Algeciras, Málaga y Almería, además de el de Melilla por varios días y de manera intermitente. El vapor “Barceló” tuvo que dirigirse a Chafarinas donde debió de buscar refugio durante un par de días ante el fuerte temporal, hasta que pudo dirigirse a Melilla donde amarrar con más o menos seguridad. No sólo traía reclutas a Melilla, sino que con posterioridad retomó con problemas su marcha hacia Larache a donde debía llevar unos el resto de reclutas, unos 475.
El temporal complicó extraordinariamente todo el proceso de transporte de tropas hasta Ceuta y Melilla. Además, todo parece indicar que las previsiones iniciales del Ministerio de la Guerra de realizar todo el embarque desde el 27 de febrero hasta el 6 de marzo eran demasiado optimistas. En realidad, el contingente de reclutas no se completó en Melilla hasta el 31 de marzo, lo que supuso casi un mes de retraso.
Viendo el terrible retraso en el embarque, cabe preguntarse qué pasaba en los puertos de la península donde los reclutas iban llegando continuamente desde sus respectivas cajas de recluta. Las continuas expediciones llegadas por ferrocarril se iban amontonando gradualmente en las zonas portuarias donde no tenían a donde ir y, a las tristes y duras circunstancias que ya traían de por sí después de varios días de viaje desde que salieron de sus hogares, había que añadir el empeoramiento de las condiciones sanitarias e higiénicas que cualquier aglomeración de personas trae consigo, empeoradas por el hecho de la improvisación. En las diversas leyes que regulaban el reclutamiento se regía y se legislaba para atender a los reclutas tanto en el transporte por ferrocarril como marítimo, pero ¿alguien se encargaba de ellos en esa tierra de nadie que eran los espacios portuarios de embarque? La única respuesta a esta pregunta que he podido localizar la encontramos en la prensa, más concretamente en la noticia publicada por el diario El sol, el 6 de marzo de 1920 bajo el título “No hay alojamiento para los soldados” en referencia a los problemas surgidos con la aglomeración de reclutas pendientes de embarcar en Algeciras:
“En esta población es general la protesta por el abandono en que tiene el Estado a los reclutas que se dirigen a África. Anoche, unos 300 que vagaban por la ciudad se dirigieron a la estación, endonde se encontraba formado el tren correo que había de salir a la mañana siguiente. Los reclutas prefirieron pernoctar en los coches, alegando que carecían de alojamiento en la población. El personal de la estación reclamó el auxilio de las autoridades militares, teniendo que intervenir la fuerza pública para restablecer el orden”.
Teniendo en cuenta la fecha de noticia, cuando aún no habían empezado los problemas serios de retrasos que llevaron hasta el 31 de marzo, es fácil darse cuenta de que en realidad los reclutas vivían en una especie de purgatorio donde se incrementaba su sufrimiento día a día.
Una vez que conocemos el proceso global, aplicándolo al viaje que hizo Pedro, contrastando datos de su expediente de reemplazo que se conserva en Santisteban, los estadillos numéricos que se hacían en Melilla a la llegada de los reclutas, junto con noticias aparecidas en la prensa local malagueña y melillense, se ha podido establecer la fecha más segura de su llegada a Melilla en la mañana del 5 de marzo.
– De su expediente de reclutamiento obtuvimos su caja de recluta, la de Úbeda, identificada con el número “15”. Sabemos, además, que dicha caja (toda la provincia de Jaén, en definitiva) pertenecía a la Primera Región Militar, la correspondiente al centro peninsular, y no a la Segunda, que correspondía a la mayor parte de Andalucía.
– De los estadillos de la Comandancia General de Melilla que obligatoriamente debían de recoger, por unidades, el número de reclutas que llegaban a diario hemos sabido que el 5 de marzo llegaron con destino al Regimiento Mixto de Artillería 5 reclutas de la caja número 15, de un total de 121 de varias cajas (ése fue el día en el que la unidad recibió más mozos, hasta completar, durante todo el mes de marzo, el total de 457 reclutas destinados a ella). Somos conscientes de que existe un dato que añade incertidumbre a esta suposición y que no podemos pasar por alto. El dia 12 de marzo, de 8 reclutas que se incorporaron al Regimiento, 1 provenía de la caja número 15. ¿Es posible que fuera Pedro? Quién sabe, en realidad es probable que nunca se sepa dado que no han sobrevido los listados nominales de embarque y estados de revista intermedios. Pero habría que buscar una razón de peso importante que justificara un retraso en su embarque tan grande, ya que sabemos que inició su viaje el 27 de febrero y que debía estar en Málaga para el embarque previsto el día 29, que definitivamente no se produjo por culpa del temporal. Pero la duda queda ahí, evidentemente.
Esos mismos estadillos que nos proporcionan tan valioso dato nos vuelven a ofrecer otro nudo que deshacer pues si no, no sería completa la reconstrucción del viaje de nuestro artillero. De todos los barcos que usaba la Compañía Trasmediterránea, ¿es posible conocer el barco en el que Pedro llegó a Melilla? Sería sencillo si se hubieran cubierto las previsiones que el Ministerio publicó a mediados de febrero, pero ya sabemos que no se cumplieron.
Una hoja manuscrita deteriorada por el paso del tiempo, con una caligrafía menuda y deformada que se nota hecha apresuradamente, y encontrada dentro de un expediente en el Archivo General Militar de Madrid nos ofrece el dato que nos pone en camino de saber en qué barco llegó Pedro a Melilla. La hoja, escrita seguramente en una de las mesas que la Comandancia General de Melilla montó en el puerto para darles la bienvenida y anotar su llegada, nos indica que el día 5 marzo, en lo que fue la tercera expedición, llegaron a Melilla en los vapores “Monte Toro” y “J. J. Sister” un total de 1.359 reclutas. Haciendo un total de 2.747 de los 7.188 reclutas que componían el cupo de ese año y que suponía un incremento de tropa del 7,3% con respecto a la cifra del año pasado (6.455). El ambiente era totalmente prebélico y durante el mes de marzo en Melilla se estaba creando el embrión de un ejército que sería aniquilado, y en parte asesinado, apenas 16 meses después.
La hoja manuscrita, sin embargo, no nos dice cual fue el puerto de origen de cada barco y para ello hay que acudir a la prensa local. El imprescindible El telegrama del Rif en su edición del 6 de marzo de 1920 nos dice el dato clave, lo encontramos en una pequeña nota en la tercera (de cuatro) páginas, a 6 columnas:
Ese día llegaron (en este caso según los cálculos que hace el propio periódico) 1.463 reclutas en los dos barcos: 1.066 de la Primera Región Militar en el “J. J. Sister” y 397 en el “Monte Toro”, que era el barco correo asignado para la línea Málaga-Mélilla (https://www.trasmeships.es/los-buques/monte-toro/) y que en este caso conformaban la expedición desde la Segunda Región Militar. La confirmación de que ambos salieron del puerto de Málaga la encontramos, esta vez, en uno de los pocos casos de cabeceras de prensa local malagueña que ha sobrevivido de la época y ha llegado hasta nosotros. En el número 1.182 del periódico El regional, del 5 de marzo de 1920, se indica que “a bordo de los vapores Monte Toro y J. J. Sister, salieron anoche a primera hora”.
El “J. J. Sister” era un vapor que llegó a la Compañía Trasmediterránea después de una serie de actos de compra/venta desde que se construyó y fue fletado en 1897 en Italia. En la naviera española había otros dos barcos idénticos que tuvieron el mismo origen: “Vicente Puchol” y “Antonio Lázaro” que cubrían las líneas entre la península y las posesiones españolas del norte de África durante varios años, hasta que sufrieron grandes modificaciones para cambiar su método de propulsión de vapor a motor. A esos tres barcos idénticos se les llamó «trillizos» o «bicicletas». Entre sus características principales está su velocidad, 16 nudos, que no estaba nada mal para la época y un dato muy importante ya que la capacidad para pasaje era de 350 y su número de cubiertas era dos.
No han trascendido muchos datos de cómo eran esos viajes de reclutas, pero hay un dato que nos permite hacernos una idea de la forma en que se realizaban esos desplazamientos. Hay que considerar que la capacidad del “J. J. Sister” era de 350 pasajeros y que el día 5 de marzo llevó a Melilla, según El telegrama del Rif, hasta 1.066 reclutas. El nivel de hacinamimento tuvo que ser importante. Entre los pocos testimonios que se han producido sobre estos viajes de reclutas es el que nos ha dejado Magín Riart Birbe, en su libro “Fuí del Mixto de Artillería de Melilla”, publicado en 1972. Este autor catalán casualmente fue soldado de reemplazo en la misma unidad en la que estuvo Pedro González Cabot reclutado, pero en 1924. Hay que tener en cuenta que el Desastre de Annual ocurrido en 1921 cambió muchas cosas, incluído el regimen político que gobernaba España. Las circunstancias del viaje no son extrapolables al completo pues se supone que con la llegada de la dictadura de Primo de Rivera en 1923 se dispusieron de más medios destinados a la campaña del Rif con la intención de acabar con el conflicto cuanto antes, modernizando un modelo de ejército caduco y anticuado. Sin embargo, el testimonio de Magín es muy significativo cuando habla de su viaje desde Barcelona hasta Melilla y que realizó en el vapor de tres cubiertas “Escolano” que en 1924 apenas contaba con 4 años de vida desde que fue fletado, es decir era un buque prácticamente a estrenar.
En su libro, indica que después de varias paradas por puertos del Mediterráneo llegó a completar una carga de 1.400 reclutas, cuando en realidad su capacidad era de 235 pasajeros (https://www.trasmeships.es/los-buques/escolano/). Aparte de las incomodidades de dormir en el suelo en cualquier parte del barco, el autor dice: “En un barco de carga difícilmente podían improvisarse letrinas capaces para la evacuación de mil cuatrocientos hombres, lo que suponía un grave problema que pronto tuvimos resuelto: sentados en la barandilla del barco, todo el mundo hacía sus necesidades (…) despreciando el peligro, solo veíamos su parte jocosa, sin que nos preocupara la posibilidad de ser víctimas del mar antes de serlo de los rifeños”.
En nuestro estudio no cabe duda ya de que el barco que trajo a Pedro a Melilla fue el “J. J. Sister” en un viaje de carácter extraordinario, que partió de Málaga el 4 de marzo de 1920 y llegó a Melilla al amanecer del día siguiente (los viajes solían tener una duración de entre 10 a 12 horas). En este caso, el viaje coincide con el barco que estaba previsto hacerlo el dia 29 de febrero, en el caso de que no se hubiera retrasado todo a causa del temporal.
El círculo se ha completado y ha quedado cerrado 100 años después.
– En una primera etapa, entre el 18 y el 20 de febrero partieron todos los mozos de Santisteban hasta Úbeda, probablemente a pie o usando algún vehículo de tracción animal.
– Entre el 26 y el 27 de febrero se inicia la marcha desde Úbeda a Baeza-Empalme, la estación de ferrocarril de la Compañía de Ferrocarriles de Madrid a Zaragoza y Alicante que une Andalucía con el centro del país. Seguramente aún van los 23 santistebeños juntos.
– Alrededor del 27 de febrero se inicia la marcha hacia Málaga en un viaje por ferrocarril que le llevará a Córdoba, donde hace trasbordo y llegando a Málaga el día 28 o 29 de febrero. Poco a poco el grupo se va separando.
– Entre un fuerte temporal, el 4 de marzo embarca en el vapor “J. J. Sister” y llega a Melilla al día siguiente por la mañana para inmediatamente empezar su deficiente período de instrucción.
Aunque por ley se debía conservar la ropa que los reclutas traían de origen y conservarlas hasta su licenciamiento, nada mas llegar a Melilla y se uniformaron, la Comandancia General de Melilla se deshace de sus pertenencias ya que no cuenta con recursos para almacenarlas. Seguramente terminan siendo quemadas ante el temor de que se propague una epidema.
Pedro González Cabot muere en Monte Arruit el 9 de agosto de 1921 y su cuerpo es recuperado el 24 de octubre de ese mismo año cuando las tropas españolas consiguen llegar de nuevo a la posición. En sus brazos descubren el cadáver de un niño de corta edad y ambos se encuentran abrazados, mirándose entre sí.
Según me comentaron los familiares que quedan vivos en Santisteban del Puerto, que a su vez recuerdan que les contaron sus padres, años después de su muerte se les envió el certificado de fallecimiento de Pedro junto con algunos objetos que supuestamente habían pertenecido a él, entre ellos el botón de su supuesta chaqueta. En la actualidad no se conserva nada.
Quiero cerrar esta serie de artículos con una frase de alguien que sí pasó esta experiencia y vivió para contarlo, afortunadamente. Volvemos para ello al libro de Magín Riart cuando relata su llegada a Melilla: “Esa fue mi primera noche en el cuartel. Perdurará en mi memoria como escrita en tinta indeleble. Nadie nos preguntó si habíamos cenado y si nos faltaba algo. Así se recibía al soldado que, lleno de patriotismo, llegaba dispuesto a dar la sangre y la vida por la Patria”.
En recuerdo a todos los caídos en las campañas de África y cuyos nombres han sido borrados de la memoria, olvidados por el paso del tiempo y de los prejuicios. Un homenaje especialmente dedicado a los mas de 8.000 españoles muertos y desaparecidos entre julio y agosto de 1921, que sufrieron y se sacrificaron sin recibir a cambio nada más que abandono y olvido. Nunca debemos olvidar lo que fueron, lo que hicieron y cómo murieron.
Nunca deberíamos olvidar sus nombres.
Junto con Juan José ambos han estado viendo maravillados, como niños pequeños sorprendidos, las maniobras de atraque del barco. Nada más amarrar los oficiales han dado ordenes a todos de desembarcar en cuanto las pasarelas han estado colocadas en su sitio. Cada uno cogió su maleta apresuradamente, que llevaban desde que salieron hace casi 3 semanas de Santisteban y bajaron poco a poco ya que ante la enorme aglomeración de gente apenas si podían moverse paso a paso. En el muelle había numerosos ciudadanos que habían venido a curiosear y algunas bandas militares de música que tocaban marchas de bienvenida que alegraban el ambiente. Apenas había sitio para todos en el muelle ya que los dos barcos que salieron anoche de Málaga, el Monte Toro y el J. J. Sister, han hecho el viaje juntos y de sus entrañas no paran de salir desordenada y apresuradamente los casi 1.600 reclutas que han transportado conjuntamente desde la península. Hay prisa porque en cuanto dejen en tierra toda su carga humana deben de partir nuevamente hacia Málaga para seguir con el transporte de tropas y recuperar el tiempo perdido.
En el muelle no hay sitio para todos y apenas pueden moverse y avanzar. Todos miran sorprendidos a su alrededor observando todos y cada uno de los detalles de una ciudad de elegante y esbeltos edificios que llegan casi hasta la misma orilla. La mayoría de ellos son de pueblos y nunca han visto nada parecido. Los melillenses curiosos también los osbervan a ellos con la misma mirada de sorpresa y curiosidad, como si estuvieran buscando algo entre ellos. Aunque cada año se repite la misma rutina, no se cansan de ser los espectadores privilegiados que disfrutan del espectáculo de ver llegar asustados a sus compatriotas de la península, los mismos que vienen a defender el nombre de su patria.
Juan José le grita algo entre el gentío, pero es imposible oirle ante el alboroto que hay en el muelle: los gritos de sus compañeros de viaje preguntando a dónde deben dirigirse, los oficiales que les acompañan lanzando nerviosos órdenes que nadie escucha, los curiosos recibiéndoles con vítores y aleluyas mientras las bandas de música no cesan en su concierto de marchas militares a las que nadie presta atención. Intentan acercarse el uno al otro desesperadamente, pero una marea incontrolable de gente les arrastra en direcciones contrarias entre empujones y codazos, separándoles. Nada puede hacer para despedirse de su amigo, sin un abrazo o un apretón de manos. Solo pueden cruzar una mirada húmeda llena de temor e incertidumbre y una sonrisa angustiosa. Él lo mira con los ojos empapados hasta que lo pierde de vista entre la multitud. Se cree que Juan José Martínez Lorite, natural de Santisteban, murió entre el 24 de julio y el 2 de agosto de 1921 defendiendo el aeródromo de Zeluán. Su cuerpo nunca fue identificado.
Alguien grita el nombre de la unidad que le han dicho que busque al llegar a puerto: “¡Artillería, artillería!, aquí los reclutas de artillería”. Comprueba que las letras que lleva escritas en el papel que le dieron en Úbeda parecen las mismas que hay en un cartel de madera, pintadas con cal blanca. Se acerca y entrega su cartilla a uno de los funcionarios que están sentados en una mesa, tal y como le habían ordenado que hiciera. Uno de ellos la coge y le grita al que tiene al lado, para hacerse oir:
—Apunta: ¡Caja de recluta número 15!. Eres el quinto que nos llega hoy desde Úbeda, anótalo en la columna del Mixto. A ver tú —le dice mientras le señala un montón de maletas y bultos—, deja la maleta donde puedas. ¡Eh tú! ahora ponte ahí, al final de esa cola de gente y a esperar órdenes, vamos, ¡date prisa que tú no eres el único!.
Cae en la cuenta de que aparte de lo que lleva puesto, todo cuanto tiene ahora en la vida está dentro de esa maleta que ha dejado abandonada, junto con los recuerdos que trae de su hogar, de su familia. Recoge su cartilla y la vuelve a guardar en uno de los bolsillos del pantalón que le regaló nuevo su abuela antes de salir de Santisteban, pero que ahora está sucio y estropeado después de tantas inclemencias y miserias, parece que en tres semanas ha envejecido tres años, como él. Está cansado y abrumado por todo lo que ha vivido durante los últimos días pero le parece que, con razón, a partir de ahora tendrá pocas oportunidades para descansar y reponerse. Con voz cansada, pero enérgica, le recrimina:
—Pedro, me llamo Pedro…, Pedro González Cabot.
Relato histórico muy interesante, que ilustra e informa sobre los hechos de esa época.