Sus rostros nos hablan de una vida pasada, de unas faenas cumplidas, de arado, trillo, era y olivas en cuesta.
La vejez les trajo el merecido descanso, pero también el sentirse fuera de lugar.
En la plaza compartían momentos y silencios mientras contemplaban la fuente, esa fuente que en otro tiempo les sirvió el agua necesaria para sus hogares y en la que muchos encontraron el amor de las mozas. Esa fuente en la que se bañaban cada Pascua de Mayo, poniéndose a salvo del toro bravo.
La fuente y ellos habían sido el motor de la vida de este pueblo. Luego otros tomaron el testigo, con otras herramientas, otras formas, otro proceder…
Pero igual que la fuente sigue dándonos el agua aunque ya nadie la recoja, nuestros mayores siguieron y siguen dándonos su sabiduría y experiencia. Son nuestro anclaje a la tierra, nos hablan de cómo fuimos y también de cómo terminaremos siendo.
Los abuelos, como la fuente, refrescan nuestro espíritu y nuestra común Memoria; también con su imagen eterna fotografiada.